Creemos que existe el sujeto. Lo creemos, aunque es probable que nuestra andadura por los ámbitos académicos nos haya puesto a dubitar sobre su existencia o, al menos, su posibilidad. Empero, el lenguaje nos tiende una trampa y, en nuestra comprensión de la gramática, suponemos que un sujeto es el agente de una acción que se realiza en un objeto. Sujeto, verbo, predicado, por tanto, tal como se estructura nuestra comprensión cotidiana del mundo y desde la cual, producimos la realidad; trampa del lenguaje, que señala Nietzsche, dixit, la senda metafísica del pensamiento que conduce a dios, al Ser por excelencia, a la Sustancia Primera o, en últimas, al gran agente en donde confluyen decir y hacer. Juego de nuestro lenguaje que, por tanto, devela que la idea de Sujeto es también, una idea metafísica.
Cuando lo decimos, nos referimos al hecho de que detrás, suponemos una sustancia única, sobre la cual se insertan los individuos que, a pesar de sus diferencias, tienen ese terreno común sobre el cual, la multiplicidad termina en los juegos del Uno esencial y lo múltiple se oculta (como si fuese basura) bajo la alfombra de lo Mismo. Sea bajo el nombre renacentista de humanismo o bajo la idea de razón universal, el mundo moderno se configuró, perpetuando el modelo metafísico que buscaba controlar las fuerzas indomeñables de lo múltiple y lo sensible.
En efecto, si algo garantizaba la unidad metafísica, era el privilegio que se le concedía al tiempo (como línea ascendente o descendente, al cielo o al infierno, a la teoría o a la oscuridad), tratando de ajustar la vivencia espacial, por tanto, corporal, a unos parámetros que no fuesen problemáticos y, por otra parte, que no comportaran el reencuentro radical con eso múltiple, que es lo que, en el fondo, se manifiesta en nuestra condición sensible. De este modo, desde Platón y Aristóteles, entre otros, se generaron conceptos que retomó la teología cristiana y que en el mundo moderno se reelaboraron de forma particular: la razón única y universal en Descartes, el Sujeto Trascendental en Kant, y la Idea desplegada en la Historia, en Hegel. Pero como todo horizonte, epistémico, social y político, a más de una perspectiva dominante, también una línea, sutil y a contrapelo, presentaba otro modo de considerar las cosas. Así, los sofistas plantearon, en sus consideraciones sobre el lenguaje, la dimensión sensible que estaba involucrada en todo juego retórico y en todo el esfuerzo persuasivo de la palabra; en las filosofías helenistas, en particular en el estoicismo, se plantean doctrinas morales, en donde el cuerpo, la forma de vida y la escritura, coadyuvaron, incluso, a formular otros planteamientos lógicos; en el Renacimiento, la figura de Montaigne, clave en la configuración de la subjetividad moderna, no puede dejar de pensar desde sus emociones, diferentes, vacilantes, por lo demás, que evidencian la multiplicidad de lo sensible y la inevitable diversidad del mundo; Hume, y en general el empirismo inglés, que indagaron sobre lo sensible y establecieron las bases para el pensamiento estético; y el materialismo ilustrado francés (La Metrie, Diderot, DHolbach), que encontró en lo sensible el fundamento de la vida espiritual e intelectual del hombre.
Pero sería el siglo XIX, en donde, radicalizando algunas posiciones del Romanticismo, en donde se quebró el pensar metafísico y se posibilitó recusar la ilusión de la soberanía subjetiva. Las transformaciones técnicas de la época, la disolución de la, las transformaciones políticas, fueron factores, entre otros, que concurrieron para señalar que, el sujeto, no podía pensarse unitariamente, sino como expresión de la multiplicidad y la diversidad; sujetos, por tanto, sometidos a los vaivenes del afuera y, sobre todo, sujetos que solo pueden pensarse en su fragilidad trágica. Justo, en este punto, es desde donde se quiere proponer esta indagación: la relación técnica que condiciona las formas diversas de lo sen |