El mundo está experimentando un dramático cambio demográfico, en la actualidad existen alrededor de 780 millones de jóvenes en las zonas rurales, áreas donde se presentan altas tasas de fertilidad, pero también de pobreza (SIANI, 2019). Muchos de los jóvenes que han crecido en esas áreas rurales; provienen de generaciones de productores rurales (pastores, agricultores, cazadores y recolectores) que poseen colectivamente una biblioteca no escrita de conocimiento, inteligencia, habilidades y tecnologías locales sobre cómo sobrevivir y prosperar en lo que los ecosistemas locales pueden proporcionar (Sears y Steward,2011). La juventud rural se ha hecho fundamental y reconocidos en la agenda del desarrollo territorial (Ospina, 2019), desde el ámbito académico y de las políticas públicas, CEPAL (2019 a,b), argumenta que a la juventud se le ha visto y tratado desde una óptica urbana, sin tener en cuenta que la juventud rural está enmarcada dentro de un contexto muy diferente con menor inclusión pero con mayor vulnerabilidad social (CEPAL, 2019 a,b). No obstante, MEN (2015), hace constatar que actualmente, la juventud rural en Colombia es objeto de transformaciones respecto a épocas anteriores en términos de que en la actualidad se da una mayor interacción con el contexto urbano, se da una mayor movilidad y existen ahora marcadas tendencias hacia la paridad cultural (MEN, 2015). La juventud rural, definida por las Naciones Unidas como un grupo poblacional entre 15 y 24 años (14 y 28 años para el caso de Colombia; Díaz y Fernández, 2017) que residen en zonas definidas como rurales (CEPAL, 2019a), es considerada hoy día, agente de cambio y protagonista de una transformación social que se moviliza hacia el alcance de los objetivos de un desarrollo territorial sostenible, pese al abandono institucional, a la falta de oportunidades y fenómenos de migración (CEPAL, 2019a), la disparidad en los niveles de escolaridad alcanzados y las condiciones socio-económicas adversas, pese a todo esto, la juventud rural es considerada el nuevo campesinado y lleva a cuestas, la redefinición de las actividades agrícolas constantemente y se imponen además retos, mucho más que las generaciones antecesoras. Iniciativas como la de RIMISP (2020), dan cuenta de la situación actual de la juventud rural no solo en Colombia sino en toda Latinoamérica; donde se insta a la inclusión de la juventud rural en escenarios de construcción de oportunidades para revertir la situación de vulnerabilidad social a la se enfrentan los jóvenes rurales (CEPAL, 2019a; RIMISP, 2020). Las zonas rurales de Colombia de acuerdo con lo que expone Acevedo y Jiménez (2019), enfrentan en la actualidad diversos retos no solo productivos y ambientales, sino también retos sociales relacionados con la paz y que, a su vez, se hacen necesarios para avanzar hacia modelos de desarrollo rural sustentables. Es así como, después de la firma de los acuerdos de paz en el año 2016 entre el gobierno colombiano y la guerrilla FARC-EP, surgieron nuevas perspectivas para el agro colombiano, entre las que se destaca el cultivo del cacao (Theobroma cacao L.), lo que hace suponer la comprensión de las alianzas público-privadas en el desarrollo económico sostenible en Colombia (WCF, 2018). El cacao según WCF (2018), se ha convertido en eje de políticas públicas para la sustitución de cultivos de coca, la superación de la pobreza y violencia (WCF, 2018). Por esta razón, se suele nombrar como “el cultivo de la paz” (WCF, 2018; UNAL, 2018), escenario de oportunidad para la inclusión de la juventud rural, buscando revertir su vulnerabilidad, tanto socioecológica como económica, siendo necesario su involucramiento en la valoración de su entorno que puede contribuir al co-diseño de paisajes productivos sostenibles a través de procesos participativos siendo el pasaje referente el cacaotrero donde desenvuelve su vida, buscando así su permanencia en el territorio.