La morfología comparativa tiene una enorme tradición que se remonta a tiempos de Goethe y que por tanto precede a la sistemática filogenética; en la morfología comparativa la identificación de ¿patrones¿ ha sido un propósito central y se ha centrado en el concepto de homología estructural y en la identificación de series de transformaciones (Weber, 2001); la utilización del concepto de homología estructural (en contraposición a analogía, interpretada como convergencia evolutiva) conforma parte del núcleo central de ideas que sustentan la llamada sistemática evolutiva. Sin embargo, en la tradición de la sistemática evolutiva, se han aceptado muchos de estos patrones como supuestos ¿a priori¿, los preceptos Beseyanos, por ejemplo, sobre los cuales se han desarrollado árboles filogenéticos y sistemas de clasificación. En contraposición, la sistemática filogenética se centra en el estudio de la transformación de los estados de los caracteres, especialmente de los sinapomórficos, a partir de los cuales se pueden identificar patrones y proponer hipótesis sobre la evolución de caracteres específicos. Como señala Hufford y McMahon (2001), la sistemática filogenética ofrece una importante ventaja puesto que patrones específicos de diversidad morfológica emergen cuando la distribución de los estados de los caracteres son examinados a través de los brazos de los cladogramas; los patrones de evolución de los caracteres y la biogeografía se proponen ¿a posteriori¿ como hipótesis. Recientemente, una serie de trabajos de investigación, realizados bajo múltiples aproximaciones, permitieron aclarar de manera general las relaciones filogenéticas de lo que hoy conocemos como angiospermas basales, sentando las bases para elucidar los eventos evolutivos que dieron lugar a la diversificación de este grupo, las angiospermas, hoy por hoy ecológicamente dominante en el planeta. Dentro de estos trabajos, la mayoría se centraron en el uso de secuencias de genes (Soltis et al. 1999, Mathews & Donoghue, 2000, Qiu et al. 2000), sin embargo, Doyle & Endress (2000) obtuvieron similares resultados por medio del uso de datos morfológicos y en combinación de estos con datos moleculares. El trabajo de Doyle y Endress (2000) basado en 108 caracteres morfológicos y representantes de 52 taxones muestra cómo los datos moleculares y la información morfológica estrictamente analizada son más consistentes de lo que previamente se pensaba y se complementan en la resolución de algunas incertidumbres filogenéticas. El trabajo señala también la necesidad de profundizar en el estudio morfológico, anatómico y ultraanatómico de los diferentes grupos basales, particularmente aquellos de distribución tropical, insuficientemente estudiados. Dentro de las angiospermas basales, la familia Winteraceae es de gran interés porque tradicionalmente se ha considerado ¿primitiva¿, en relación a sus estructuras florales y particularmente, ha servido como base para diversas propuestas acerca del origen de los carpelos y de los estambres; sin embargo, dichas propuestas no se han sustentado sobre un contexto filogenético sólido. El género Drimys ha sido estudiado muy pobremente en el contexto de la sistemática filogenética y en cuanto a la especie D. granadensis L.f. presente en Colombia, no existen estudios de biología reproductiva, morfología o anatomía.