Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) y las cifras disponibles en el Global Tuberculosis Report 2015, a nivel mundial la mortalidad por TB se redujo un 47% de 1993 a 2014, de tal manera que el diagnóstico precoz y el tratamiento eficaz han salvado aproximadamente 43 millones de vidas entre el año 2000 y el 2014; sin embargo, los avances deben mejorar para lograr un mundo libre de TB con cero muertes y enfermedad para cumplir las metas de la estrategia Alto a la TB, que buscan reducir a un 50% la prevalencia y mortalidad por TB en comparación con 1990 (OMS, 2015). La Organización Panamericana de la Salud (OPS) detalla que en las Américas para el año 2012, con relación a las tasas de incidencia y mortalidad fueron 29 y 1.9 casos respectivamente, por cada 100.000 habitantes; en este mismo informe, se precisa que para el año 2012 Colombia presentó tasas de incidencia y mortalidad por TB de 33 y 1.6 respectivamente, por cada 100.000 habitantes (OPS, 2014). Por su parte, para el año 2015 en Colombia se notificaron ante el Sistema Nacional de Vigilancia en Salud Pública (SIVIGILA) 12.918 casos de TB en todas las formas, específicamente en Bogotá se presentaron 994 casos, lo cual corresponde al 8.5% de los casos del país (Instituto Nacional de Salud, 2015). La investigación aporta al desarrollo de la medición de los fenómenos que alteren la salud pública; por medio de los procesos investigativos se da respuesta a las necesidades y problemas de una sociedad, se generan y prueban conocimientos y se desarrollan estrategias de intervención que mejoren las condiciones que determinan la salud, de tal manera que un instrumento dirigido a medir los CAP de las personas con TB aporta a la generación de conocimiento en enfermería y al Programa de Control de TB le brindará insumos para potencializar la educación a los pacientes. Así mismo, la población con TB de Bogotá es una población vulnerable que requiere de acciones educativas para adherirse al tratamiento antituberculoso, así como disminuir el estigma hacia la enfermedad, lo cual es consecuencia de conocimientos erróneos frente a su transmisión y tratamiento, entre otras. De la misma manera, la investigación exige un proceso sistemático y riguroso, para que los resultados sean medibles, confiables y válidos, lo cual denota la necesidad de desarrollar investigación con instrumentos validados, por tanto Sánchez & Gómez, (1998) han propuesto las siguientes fases para la validación de un instrumento: diseño, evaluación de la validez facial, contenido del instrumento y la confiabilidad. Además, se espera que una vez culminen estas fases se dé inicio a otras fases de los procesos de la validación, como el análisis factorial. Cabe mencionar que con estas fases se espera dar un inicio al proceso de validación, el cual posteriormente entrará en un proceso de mejoramiento continuo. “El diseño permite la integridad en el abordaje del fenómeno, sus dimensiones, constructos y operacionalización a través de la elaboración de ítems” (Mejía, 2005, pp. 22). La validez facial consiste en que los instrumentos midan lo que pretenden medir y sean comprensibles a la población objeto; por lo tanto, los instrumentos deben medir las características específicas de las dimensiones para las cuales fueron diseñados; la validez de contenido se realiza a través del juicio de expertos en el área, frente a lo cual los autores no han establecido el número de evaluadores, no obstante, se recomienda que sean como mínimo 5 expertos y 2 de ellos deben serlo en medición (Mejía, 2005). “La confiabilidad es el proceso para establecer qué tan fiable, consistente, coherente o estable es el instrumento que se ha elaborado por medio del alfa de Cronbach y el Coeficiente de Correlación de Pearson” (Mejía, 2005, p. 27).