Al revisar la obra de Le Corbusier encontramos que inscribió su arquitectura en principios de orden formal y de delimitación del espacio, en los que enmarcó la solución a los problemas específicos de cada proyecto para atender requerimientos de la realidad: de emplazamiento, por la actividad o técnicos. Las soluciones evidencian que los afrontaba con un criterio de utilidad general, pues las repite como temas que conforman series con rasgos característicos en su obra completa, constituyendo proyectos de tiempo mas largo y alcance mas amplio que el de la solución de cada encargo. La indagación busca comprender el papel de la consideración que hacía del sitio al emplazar el proyecto en su arquitectura y parte de la conjetura de que esta incide en la transformación que hay en su obra entre la de su época purista de los años veinte del siglo xx y la que construyó desde finales de los cuarenta. El maestro franco-suizo conservó sus principios de orden pero modificó el modo de disponer a una persona entre su arquitectura y el medio circundante, al cambiar su concepción de la casa como una sola para todos los países y climas, por otra en estrecho vinculo con los valores envolventes del medio, determinados por la relación con el cosmos. Es un cambio que va desde su concepción de una casa de respiración exacta obtenida por procedimientos mecánicos y con sus límites envolventes de aspecto visual similar aquí o allá; a otra en la que da forma a esos límites en función de su relación con los valores del medio, pues inciden estos en los del espacio, para amplificar o atenuar en el su presencia. La concentración de esa modificación en los elementos que concretan los límites críticos entre los espacios cubiertos interiores y los espacios exteriores que estructuraba también con su arquitectura, pero parte del medio circundante, establece nuevas referencias de orden a la percepción visual de su arquitectura, al modo en que hace sensible el espacio y define también variaciones en sus aspectos plásticos. Postulamos que luego de definir de modo inteligible los principios formativos y plásticos de su arquitectura y de ejemplificarlos con obras en la mencionada década de los veinte, sus viajes a los países del sur y los encargos que en estos realiza, son relevantes en la transformación referida. Sin alteración de sus principios, la experiencia de variedad de los valores del medio en esas situaciones parece estimular su incorporación como presencias visibles en la concreción de su arquitectura. Sospechamos que este cambio es el correlato de otro que se da entre su concepción del medio como “fenómeno natural antagonista” que describe hasta finales de los veinte, y la voluntad de intensificar la relación con esos fenómenos, situando al hombre en el espacio delimitado por su arquitectura, que lo llevan a describirla como un “pacto con la naturaleza”. Hemos sugerido que Le Corbusier terminó por afinar los rasgos formales del proyecto como fijación de lo particular del sitio y que orientó la concreción a incorporar lo específico del medio, pero también hemos dicho que en cada obra subyace la estructura formal invariante, independiente de los pormenores. De esta aparente paradoja se puede inferir que cada concreción, al margen de lo contingente, conserva un valor paradigmático que es aprehensible y extrapolable como un instrumento de utilidad general, independiente del ejemplo concreto en su contexto. De allí el sentido de estudiar dos obras que hizo entre 1951 y 1956 en Ahmedabad, India, la casa Sarabhai y el palacio para la Asociación de Hilanderos, en los que concreta la incorporación de los valores del sitio en su arquitectura, inscribiéndolos en dos principios de ordenar la forma y delimitar el espacio constantes en su obra: entre muros paralelos yuxtapuestos en la casa y entre placas paralelas superpuestas en el palacio. Es un estudio analítico que relaciona proyectos puestos en obra, con otros mas largos reconocibles en su obra completa.