Hoy aceptamos que el arte es un modo de lenguaje y de conocimiento sobre el mundo, a la manera como se entiende desde Ernst Cassirer hasta E.H. Gombrich y Nelson Goodman, por nombrar solo algunos teóricos del siglo XX (que a su vez heredan claves del pensamiento estético tanto de Kant como de Nietzsche). Los diversos modos de expresión artística constituyen tanto modos de hacer experiencia, como maneras de comprender el mundo y la existencia del hombre, de renovar dicha comprensión y de desenmascarar los más caros prejuicios. Paradójicamente, también es un rasgo o una estrategia incluso, tanto en el arte como en la filosofía -sobre todo en el devenir de la Modernidad- la estrecha relación creación/destrucción de la experiencia, o en otras palabras, la destrucción se convierte en uno de los más destacados procedimientos artísticos y filosóficos. Aunque este rasgo ya es constatable desde el siglo XIX con Balzac y Mallarmé, por ejemplo, sin embargo siempre tiene pertinencia la pregunta: ¿cómo pensar el arte en su doble dimensión de creación/destrucción y de qué modo esta estrategia filosófico-artística tan propia del siglo XIX y XX nos ofrece claves fundamentales para pensar ciertos rasgos de la condición del hombre en el mundo contemporáneo? |