L a espasticidad se define como un trastorno en el tono muscular, caracterizado por un aumento en los reflejos de estiramiento dependientes de velocidad; generalmente se relaciona con un incremento en la resistencia al estiramiento pasivo (hipertonía), a reflejos de estiramiento muscular exagerados (hiperreflexia y clonus), a respuestas plantares anormales (signo de Babinski) y a una alteración en el movimiento voluntario (1). Constituye una secuela frecuente de lesiones del sistema nervioso central, siendo la parálisis cerebral la causa más importante en la población infantil seguida del trauma raquimedular, trauma craneoencefálico entre otras. Trae como consecuencias interferencia con la actividad voluntaria, lo que conlleva a retraso o regresión del desarrollo; interfiere con el sueño, favorece la aparición de deformidades osteoarticulares y produce dolor (2).
La incidencia de la parálisis cerebral es en promedio de 1.5 a 5/1000 nacidos vivos (4), lo que es bastante frecuente y al sumarse la incidencia de trauma raquimedular y craneoencefálico en niños y al hecho de tratarse de entidades que generan secuelas crónicas, da como resultado una alta prevalencia de espasticidad en la población pediátrica.
En el manejo de la espasticidad se utilizan diferentes métodos, medios físicos, farmacológicos y quirúrgicos con variable respuesta. |