En el grupo de enfermedades crónicas o no transmisibles la enfermedad cardiovascular ocupa el primer lugar en morbimortalidad en el mundo (1). Dentro de los factores de riesgo mayores o independientes para esta, se encuentra la hipertensión arterial (HTA), patología que contribuye a la aparición de otras enfermedades como el infarto de miocardio, el accidente cerebrovascular y las enfermedades renales (2), ocasionando en la población discapacidad, pérdida de años productivos, pérdida de vida en edades tempranas e incremento de los costos en atención para el sistema de salud (3). En el mundo las complicaciones derivadas de la HTA causan 9.4 millones de muertes cada año (1). En la región de las Américas para el año 2012 la enfermedad hipertensiva representó el 16% de la mortalidad. En Colombia la prevalencia correspondió al 22% en el 2008, siendo el segundo diagnóstico que generó más consultas en el Sistema General de Seguridad Social en Salud (SGSSS), con un 7,3% del total de la población y ocupando la séptima causa de muerte en el país en el año 2011(4) Para el control adecuado de esta patología es necesario mantener una adherencia al tratamiento, la cual es definida por la Organización Mundial de la Salud OMSS como “la medida en que el comportamiento de una persona que toma medicamentos, sigue una dieta y / o realiza cambios en su estilo de vida, corresponde a las recomendaciones acordadas con un proveedor de atención médica (5), por lo que se considera un indicador que determina el éxito del tratamiento, constituye un propósito y un medio importante en el logro de los objetivos y metas para el control de la enfermedad . Dentro de los factores que influyen sobre la adherencia se encuentran; los relacionados con la enfermedad, tratamiento, socio-demográficos, sistema de salud y el paciente (6), por lo anterior se considera un fenómeno multicausal, en el que resulta fundamental la participación de la persona en la planificación y la aplicación del régimen de tratamiento, mediante el reconocimiento y uso de los propios recursos entre ellos el conocimiento, las actitudes, el apoyo social y las relaciones interpersonales (7), de forma tal que le permitan comprender los acontecimientos, manejar las situaciones y asignar un significado a la vida. Esa capacidad individual se encuentra representada en el sentido de coherencia un concepto central de la teoría salutogénica cuyos principios se basan en la búsqueda de recursos que promueven la salud y apoyan el bienestar, en contraste al enfoque tradicional de atención derivado del modelo biomédico que busca las causas de la enfermedad y estudia los factores de riesgo. Estudios han demostrado que poseer un alto SC tiene un impacto positivo en la elección de comportamientos saludables como; menor consumo de alcohol (8) y cigarrillo, mayor frecuencia en la realización de ejercicio y elección de dieta saludable (9), los resultados de investigaciones demuestran una relación positiva entre el SC, la salud y adherencia en pacientes con HTA, lupus eritematoso, diabetes mellitus tipo II y VIH (10–13). Por el contrario los individuos con bajo SC presentan mayor deterioro funcional y mental, tener un bajo SC se ha asociado con conductas mal adaptativas y afectividad negativa, mayor riesgo de una mala gestión de su enfermedad y de autocuidado (14).Lo anterior demuestra que el SC ha sido una tema de interés desde diferentes disciplinas, se reconoce que un fuerte SC ayuda a las personas a responder positivamente para mantener su salud, particularmente porque la forma de ver la vida tiene una influencia en la salud y porque las personas que desarrollan un fuerte SC tienen una tendencia a elegir comportamientos saludables. Los profesionales de enfermería identifican evalúan y promueven la capacidad de cada persona para gestionar el propio cuidado, propuestas que deben estar soportadas en resultados de investigaciones que validen y generen conocimiento para l