La Organización Mundial de la Salud (OMS) establece al cáncer entre las enfermedades más frecuentes y aquellas que causan mayor mortalidad en la población mundial, siendo la segunda causa de muerte en el mundo con 9,6 millones de defunciones en 2018 (OMS, 2018); en Colombia se reportan cerca de 71.000 casos nuevos y 38.000 muertes, lo que significa que 195 personas son diagnosticadas y 104 más mueren diariamente por esta enfermedad (Min.Salud, 2014). Así mismo, el observatorio mundial del cáncer “Globocan” estima el doble de casos en el país con alrededor de 152.901 para el 2035 (INC-ESE, 2017). La magnitud del problema se relaciona no solo con la mortalidad sino además con el número de nuevos casos que se reportan, es decir, con la incidencia de la enfermedad, que tan solo para el 2018 fue de 18.078.957 nuevos casos, siendo los cinco tipos de cáncer de mayor incidencia el pulmonar (11,6%), mamario (11,6%), colorrectal (10,2%), próstata (7,1%) y estomacal (5,7%) (OMS, 2018). Estas elevadas cifras pueden tener correlación con la complejidad y heterogeneidad en el cáncer, enfermedades que se caracterizan por el desarrollo de células anormales, que se dividen, crecen y se diseminan sin control en cualquier parte del cuerpo (NIH, 2015). Adicional a lo anterior, una pequeña subpoblación de células dentro de los tumores son las células madre de cáncer o células stem de cáncer (CSC) las cuales presentan características tanto de células madre como de células cancerosas, con capacidades de auto-renovación, diferenciación y tumorigenicidad. Por lo anterior, las CSC se consideran de gran relevancia investigativa ya que se ha demostrado que son resistentes a la quimioterapia convencional, al tratamiento de radiación y es muy probable que incidan en el origen de la metástasis del cáncer (Yu, et al., 2012). Aparte de la resistencia por parte de las células, los tratamientos convencionales han manifestado diferentes efectos adversos tales como la alta toxicidad, efectos colaterales, entre otros (Nobili et al, 2009; Housman, 2014). Todo lo anterior conlleva a considerar a este conjunto de enfermedades como una problemática creciente, por tal motivo, diferentes entes reguladores establecen como prioritaria la investigación para su control, buscando identificar nuevas alternativas de tratamiento a partir de la biodiversidad, a fin de obtener compuestos extraídos de plantas, animales o microorganismos con propiedades antitumorales y que actúen como quimioterapéuticos seguros con bajos índices de toxicidad y una alta selectividad (Arias, et al., 2007; Nobili et al, 2009; NCI, 2018). Adicionalmente, la identificación de la población tumorigénica o CSC en líneas celulares de cáncer de pulmón o seno puede contribuir significativamente al desarrollo de terapias efectivas, teniendo en cuenta que estos tipos de cáncer son de los de mayor incidencia y mortalidad en la población. En ese sentido la medicina herbolaria ha sido utilizada a lo largo del tiempo para el tratamiento de múltiples alteraciones orgánicas. Sin embargo, aún se encuentran productos naturales que pueden ser fuente importante de compuestos bioactivos, pero que continúan sin ser estudiados. En esta búsqueda de nuevas fuentes de origen natural, Colombia, gracias a su privilegiada posición ecuatorial, cuenta con una gran diversidad de hábitats para el desarrollo y establecimiento de la más alta riqueza, diversidad y distribución tanto de animales, hongos, plantas, microrganismos, etc. Ejemplo de esto lo constituyen los líquenes, de los cuales se registra en Colombia alrededor de 1500 especies (Aguirre, 2006). Son organismos simbióticos constituidos por la asociación entre un micobionte u hongo (generalmente ascomiceto) y uno o más fotobiontes (alga verde o cianobacteria) (Barreno & Pérez, 2003). La relación entre los organismos que constituyen el cuerpo liquénico o talo, es tan íntima, que se comportan y reproducen como una entidad única y diferente (morfológica, fisiológica,