Los metales pesados han despertado un gran interés debido a su relación con la salud pública (esenciales) y consecuencias ecotoxicológicas (no esenciales pricipalmente). En la bahía de Minamata (Japón) se presentó un caso de mortalidad de peces y aves en 1950, posteriormente se hizo más grave con la intoxicación de numerosas personas por mercurio (Pekka, 1971; Campos, 1987; Phillips y Rainbow, 1994). Otro caso referenciado en la literatura, es el que se relaciona con la enfermedad del “Itai Itai”, la cual se presentó en el Japón, en el área de influencia del río Jintsu y se relaciona con una intoxicación masiva por cadmio. El nombre del síndrome es debido al intenso dolor que produce por la descalcificación a que conduce y por lo tanto a la pérdida de talla y a la fragilidad de la estructura ósea de las personas afectadas (Friberg, et al., 1976; Theede y Scholz, 1982). Los metales pesados se encuentran en forma natural, haciendo parte de la corteza terrestre, y disueltos en todos los sistemas acuáticos en diferentes grados de concentración. A través de los procesos orogénicos se produce una entrada constante de compuestos metálicos netamente terrígenos, en los ecosistemas costeros. La actividad volcánica y la erosión son de éstos, los que más contribuyen al aumento de las concentraciones de los metales en el ambiente acuático. Los ríos y el viento desempeñan un papel importante en el transporte de las partículas suspendidas procedentes de la erosión y de la actividad volcánica (Campos, 1987). Otra fuente importante, es la causada por el hombre, que en su afán de progreso ha hecho uso desmedido de los recursos naturales, contribuyendo enormemente al deterioro del medio; además de la extracción, los procesos de industrialización han contribuido en gran medida a la contaminación del medio acuático. Estos implican la explotación minera, el uso de combustible fósil y los procesos industriales en general (Kennish, 1994), además de la descarga permanente de desechos orgánicos e inorgánicos con altos contenidos de metales, producto de su procesamiento o por su origen donde los concentran. Las regiones insulares como el Archipiélago de San Andrés y Providencia, no son ajenas a esta problemática. De acuerdo con la información producida a través del programa de monitoreo REDCAM, “Diagnóstico y evaluación de la calidad ambiental marina en el Caribe y Pacífico Colombiano. Red de vigilancia para la protección y conservación de la calidad de las aguas marinas y costeras” (INVEMAR, 2008), se han medido en aguas costeras de la isla de San Andrés concentraciones de cadmio, entre 1,7 y 1,8 µg Cd/L en el en áreas adyacentes al alcantarillado y bahía Hoocker. Igualmente se ha observado que los contenidos de metales pueden variar entre los períodos climáticos, siendo mayores en la época seca. Las mediciones de metales en agua, tienen ventajas a corto plazo, como la incorporación relativamente fácil a los modelos de transporte hirodinámico, sin embargo, en cortos períodos de tiempo las concentraciones de metales en la columna de agua pueden cambiar en varios órdenes de magnitud, por descargas de agua, cambios en la carga de sólidos, cambios en el pH, condiciones redox y la salinidad. Los sedimentos proveen una base más estable, que permiten identificar fuentes, y por lo tanto son ampliamente recomendados como primer paso en los programas de monitoreo. Se debe tener en cuenta que los metales se presentan en diferentes formas: una pequeña fracción de la concentración total está realmente disponible para los organismos. Esta fracción depende de las propiedades bioquímicas, así como de la fisiología de cada organismo y la estrategia de acumulación, de aquí la importancia del análisis de metales en organismos. Por lo tanto se propone un estudio sobre los cambios estacionales de los contenidos de metales pesados (Cd, Cu, ) en la ostra de la raíz del mangle Isognomon alatus, en la isla de San Andrés, teniendo en cuenta la escasez de estudios y los registros de los contenidos en muestras de agua.