Diversas investigaciones indican que la nutrición en etapas tempranas es un importante condicionante para el desarrollo posterior de enfermedades crónicas no transmisibles (1-4), por otro lado, el más reciente informe global sobre enfermedades crónicas no transmisibles señala que el exceso de peso, el consumo de dietas inadecuadas (bajas en frutas y verduras y altas en grasas saturadas, grasas trans, azúcares simples y sal), la inactividad física y el consumo abusivo de alcohol, están dentro de los principales factores de riesgo para el desarrollo de dichas patologías (5). En la búsqueda de los posibles mecanismos que expliquen la dinámica de las enfermedades crónicas no transmisibles, se ha identificado al de meta-inflamación como uno de los más importantes (6). Este proceso, que está fuertemente vinculado a la inmunidad y al metabolismo (6), se diferencia de la inflamación clásica en que es de bajo grado -ya que causa un pequeño aumento en los marcadores de inflamación-, es persistente y resulta en alostasis crónica, tiene efectos sistémicos más que locales, parece perpetuar más que resolver la enfermedad, está asociada con una reducida tasa metabólica y es modulada por la alimentación, la actividad física, los hábitos de sueño, el estrés, etc (7). Aunque la promoción de prácticas alimentarias saludables, tales como la reducción en la ingesta de sal, la disminución del consumo de alimentos ricos en grasa y carbohidratos, el incremento en la ingesta de frutas y verduras, etc, son actualmente uno de los pilares fundamentales para reducir la morbimortalidad debida a las enfermedades crónicas no transmisibles (8-10), las bases genético-moleculares que explican por qué la adopción de dichas prácticas favorece la salud de los sujetos han sido escasamente exploradas. Considerando lo anterior, la presente investigación llevará a cabo una aproximación genético-molecular preliminar, en la que se compararán los niveles de expresión de mRNA, de un grupo de genes relacionados con el proceso de meta-inflamación, en células mononucleares de sangre periférica de adultos jóvenes que presenten baja ingesta de frutas luego de que consuman la cantidad sugerida de dicho grupo de alimentos. Lo anterior, con el fin de establecer si la adopción de esta práctica alimentaria modifica los niveles de expresión del set de genes seleccionado y, si esto último, podría dar indicios de la forma en que el consumo recomendado de frutas ejerce sus efectos sobre la salud. Finalmente, es importante señalar que la aproximación planteada, como parte del abordaje genético-molecular en el estudio de la alimentación y nutrición, tendrá el potencial de constituir una valiosa fuente de información, que permitirá sustentar, desde una nueva óptica, el desarrollo de medidas en salud pública mejor adaptadas a la población, aportará al conocimiento del impacto de las variables medioambientales sobre la salud de la población y favorecerá el desarrollo de alimentos y/o medicamentos con mejores propiedades en salud.