La reconstrucción de la filosofía que vio la luz en la Grecia que precedió a la época clásica es, ciertamente, una empresa tan complicada como necesaria: por un lado, es una ardua tarea por lo que implica el manejo de las fuentes que nos han llegado de una manera fragmentaria o, en ocasiones, dichas fuentes son casi inexistentes; por el otro, es una necesidad para el estudioso de la filosofía antigua porque en esta época se gestaron una serie de problemas que se convirtieron en la directriz del trabajo intelectual de pensadores como Aristóteles y la tradición que lo acompaña. En trabajos anteriores he sostenido que la mejor manera de estudiar esta etapa primigenia de la filosofía griega es hacer uso de un enfoque que se concentre, más que en un pensador presocrático o en alguna teoría determinada, en la tradición interpretativa que transmite los testimonios fragmentarios que tenemos. Si bien la defensa de esa metodología no es la que presentaré en esta ocasión, sí me serviré de ese enfoque para estudiar el capítulo de la transmisión aristotélica de las teorías sobre el alma.